El hombre del traje gris...


Las platicas en murmullos y los sollozos son los sonidos reinantes de la habitación. El aroma de los arreglos florales se mezcla con el café del sabor amargo que nos ha de traer viejos recuerdos y lamentos.  Las sonrisas inocentes de los niños, que tan inocentes pueden ser, sin sufrir este tipo de lamentos. Los abrazos y caricias que se tratan de reconfortar unos a otros. Y ahí se encuentra el hombre del traje gris parado, más bien acostado. Descansando en un sueño profundo, no se si ríe, pero parece tranquilo. Me mira, siento que mira el hombre del traje gris, el quisiera confortar el llanto de todos, mas es imposible, reza para que del otro lado viva nuevamente.
Todos hablan de el hombre del traje gris, sin embargo desearía que no hablaran mucho de el, desearía que lo recordaran nuevamente.  Con las fotos de su juventud le festejan toda una vida de logros, y solamente te hace reflexionar que tan buena ha sido tu vida, pero sonríes en saber que fue grandiosa la de el. Te sientas en silencio a observar aquella caja que guarda al hombre del traje gris, desearías que no existiera nada de este ciclo llamado vida, desearías solamente un soplo mas de vida para poder decir lo que debiste haber dicho. El hombre del traje gris descansa, se sumerge a un sueño profundo, cae en un abismo para resurgir dentro de una luz. Descansa, todos van y lo recuerdan, lo afrontan, festejan su memoria. Invaden aquella caja solo para verlo, un santo piensas. Te acobardas de tocarlo y verlo, decirle un adiós o un hasta luego. Cierras los ojos, no duermes, sabes que no puedes dormir  y ya es de día. Ya el cielo brilla y tú aun no dices nada.
Todos se despiden entre los sollozos y las lagrimas; te preguntas si , ¿eres fuerte o cobarde? Caminas por el pasillo de aquella sala. El hombre del traje gris te recibe con la sonrisa de siempre, recuerdas todos los momentos que estuviste a su lado, te das cuentas que 25 años de tu vida no son suficientes para conocer a alguien. Te contienes pero cuando menos lo esperas,  las lágrimas brotan y cae  dentro de aquella caja. Parece que no le molesta al hombre del traje gris pero las limpias, y es ahí donde lo tocas y las lágrimas no vuelven a parar, este ha sido su momento, el adiós debe ser ahorita, todos llegan y desearías que te dejaran solo en aquella sala. Sabes que nada de esto ha sido suficiente para honrar aquel hombre del traje gris. Lo besas y cierras la caja.
Después lo festejan en una ceremonia religiosa, tú ya le honraste con una ceremonia propia a tu estilo, pero aun así no dejas de sentir la agonía dentro de ti. Después   lo guías  a su lugar de descanso eterno.  Es ahí cuando los lazos bajan y la caja cae lentamente dentro del hoyo, es ahí donde te das cuenta que se ha ido para siempre. La cama del hombre del traje gris cae hacia el fondo de la tierra, un golpe de realidad, sabes que ya no hay vuelta atrás. Se va, se sepulta por siempre: una canción suena, la  reconoces, y lo recuerdas cantando, festejando, alegre; con una copa en la mano y la otra en el pecho bailando: ¡Ahua, ayayay! Entre lágrimas sonríes, alguien te extiende un vaso das un sorbo y tarareas: perfume de gardenias tiene tu boca. Adiós al hombre del traje gris, adiós a mi abuelo.

Comentarios

  1. Que costumbre tan salvaje... diría Sabines.

    Buenas letras, uno a veces no haya que hacer con la lágrimas; esas que llegan y cuando brotan duelen.

    Abrazos.

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